Sin regalos, por María Bernal

Sin regalos

La magia de la Navidad culmina con bastante protagonismo en la noche de Reyes, principalmente porque la ilusión inocente de los niños es lo que todavía mantiene en vilo la esperanza de lo que está por llegar. ¡Bendita inocencia! Aunque en estos tiempos donde la precocidad es lo urgente parece que cada vez se sepulta antes en ese anhelo inexplicable de querer convertir en adultos a esos niños a los que todavía les quedan años.

En la Biblia no se menciona la palabra reyes, tampoco el número exacto de los que eran, pero sí se alude, según San Mateo, a dos vocablos, el de sabios y el de magos. Será después,  en los Evangelios Apócrifos donde aparecen los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, pero refiriéndose a ellos como astrólogos seguidores de una estrella. Ese trayecto significaba la adoración del Mesías, cuyo nacimiento revelaba la salvación y sanación del pueblo judío. Gracias a los tres reyes, Jesús se libró en parte de las manos de Herodes el cual los increpó para que lo delataran si es que lo encontraban.

Independientemente de la creencia de cada uno, es cierto que la noche de Reyes es fantástica en aquellos países que celebran esta tradición, incluso la edad no es un obstáculo para respirar la magia que sucede con la visita de estas majestades que, según la tradición llegan con sus mejores galas, repletos de regalos y portando la ilusión que por imperativo legal debería ser indispensable en todos los niños.

Sin embargo, hay muchos peques que no es que hayan perdido la ilusión, ya que todos tienen esa agudeza que muy a pesar de los pesares los empuja a encontrar siempre la felicidad con lo más insignificante que caiga en sus manos, sino que el egoísmo de los adultos, tan prepotente, tan cruel y tan miserable, provoca en estas almas inocentes un arrebato de emoción injustamente irremediable.

Pensemos en los niños palestinos que este año van a recibir sus regalos sentados sobre los escombros delatores de una vida que ya no existe y sobre los muertos que tanto dolor les provoca minuto a minuto.  Pensemos desgarradamente que esos juguetes, sin ir envueltos en papel de regalo, les caerán en sus manos como cuchillos afilados que no les van a provocar cortes con sangre, porque esto sería lo mínimo que les podría pasar, pero sí los van a acuchillar para convertirse, violando los derechos humanos, en receptores directos del dolor, del hambre, del frío y del infortunio de arrebatarles sus osos de peluches, sus cuentos y los besos de buenas noches de sus papás que ya no van a volver jamás.

Sin irnos tan lejos, reflexionemos ahora sobre esas ostentosas cabalgatas que a los grandes ayuntamientos les cuesta un pastizal y que van a ser vistas por millones de niños entre los que vamos a encontrar dos bandos: los que el día de Reyes van a abrir un cantidad incansable de regalos a los que poco caso les van a hacer pasadas unas horas (ya se encargarán algunos papás y mamás de dar testimonio de esta codiciosa tradición mostrando en sus perfiles sociales la abundancia de los presentes en esa pretensión de competir para ver quién recibe más) y los que solo van a tener la oportunidad de ver pasar a Melchor, Gaspar y Baltasar (si es que tienen quien los lleve) y como mucho poder coger un caramelo, ya que por sus casas, a pesar de la hipocresía de estas fiestas, no van a pasar. Por tanto, no me cuadra que la tradición cante el villancico de “…cargaditos de juguetes…”, porque muchos niños se van a quedar un año más sin ellos.

Cuesta reflexionar porque los ciudadanos de a pie no tenemos la solución, sí podemos colaborar, pero no está en nuestras manos devolverles la felicidad plena a todos los niños. Convendría que las instituciones políticas que últimamente andan más preocupadas por figurar que por actuar invirtieran no solo en esta noche mágica, sino en las  trescientas sesenta y cuatro restantes para que ningún niño viva infeliz. Tal vez podrían hacer una llamada, ahora que los Reyes también llevarán sus caros teléfonos, para recordarles a esos magos de Oriente que si pudieron ocultar a Jesús del malo de Herodes, podrían obrar el milagro de que todos los niños del mundo se levantaran el seis de enero con el deseo de encontrar ese humilde regalo que tan felices los hace.

Sentido común a la hora de escribirle la carta a los Reyes, al menos con los regalos justos los más pequeños de nuestro entorno valorarán lo que realmente tiene importancia y sobre todo, les habremos inculcado conformarse, comprometerse y compartir.